Por Blanche Petrich
La Jornada
Ciudad de México, México. Mayo, 2021. En el Hospital Juárez de México, el trabajo cotidiano de la sicóloga Mayela Padrón incluye asistir a pacientes de Covid, incluso los más graves, al comunicarse con sus seres queridos mediante videollamadas, único contacto en medio de la soledad de su cama. Puede ocurrir, tristemente, que esa sea la última llamada.
También atiende la contención emocional cuando las familias reciben noticias de un desenlace fatal. Lo ha hecho sin cesar desde hace 14 meses.
Ahora repara sus secuelas por todo
el desgaste emocional con terapia asistida por caballos. Después de trotar y
galopar durante una hora acaba de premiar con una zanahoria a Shakira, la yegua que es su “terapeuta” en esas sesiones a las que acude desde
hace seis meses. Ella ha sido –dice--su tablita de salvación en medio de las
tormentas que enfrentan los trabajadores que atienden la crisis pandémica en la
primera línea.
Cuando platica de sus miedos en las
situaciones límite en las que trabaja, su voz tiembla ligeramente. Shakira percibe la emoción y acerca su cabeza a la de la joven que la
sostiene por la brida.
“Poco después del 20 marzo del año
pasado, cuando nos dicen que el hospital Juárez se va a reconvertir, nos avisan
a los sicólogos que también tenemos que entrar a las salas de terapia intensiva.
Me moría de miedo. Pero sabía que si renunciaba esos pacientes iban a quedar
totalmente solos”.
Es domingo, uno de los días más
ocupados en la Escuela de Equinoterapia Miguel Hidalgo, ubicada a espaldas del
Parque Bicentenario, porque es el día en el que se privilegia la asistencia del
personal de salud de primera línea en la atención de la pandemia.
Se trata de un programa altruista
concebido por el dueño y director de la escuela, Luis Llaguno, jinete
profesional: “Me conmovió tanto ser testigo de lo que médicos, enfermeras y
demás personal médico estaban haciendo, aun a riesgo de sus vidas, que pensé en
una forma de devolver un poquito de lo mucho que estos héroes nos están dando
todos los días. Están salvando a la humanidad y no basta con los abrazos”.
La corazonada de Llaguno
En medio de la enfermedad, la muerte
y su propio encierro, el empresario tuvo una corazonada. Su escuela de
equinoterapia podía ser útil. Desde hace 18 años ofrece esta opción de
rehabilitación a niños con diversas discapacidades. Cuenta con un equipo de sicólogos
y terapeutas certificados y, con las aportaciones de donantes –como la
firma Scappino y las familias Pedraza y Fernández Sendero--
puede ofrecer esta alterativa terapéutica, que es muy costosa, a familias de
bajos recursos e incluso clases de equitación a jóvenes del rumbo, en
Azcapotzalco.
Ideó el lema de este programa
--“Médicos que curan el cuerpo, caballos que salvan el alma”—y puso manos a la
obra. Atiende actualmente, sin costo, salvo una mínima cuota de recuperación de
350 pesos, a 45 trabajadores de la salud que asisten directamente pacientes con
Covid. Tiene capacidad de ampliar el servicio a 200.
Llaguno, de familia de ganaderos y
criadores, hace hincapié: “No es solo para médicos o enfermeras, es para todos:
camilleros, personal de limpieza, paramédicos, con la condición de que estén en
la primera línea. Y sus familias, porque ellos también viven esta crisis”.
Los “primeros en la primera línea”
–coinciden Llaguno y Ramiro Tapia, administrador del voluntariado de la Cruz
Roja-- son los paramédicos y trabajadores de las ambulancias, un sector
generalmente relegado cuando se habla de los héroes de la pandemia. La escuela
ha podido brindar terapia a cerca de 20 voluntarios”.
Tapia es comisionado del
voluntariado social de la Cruz Roja. Durante el periodo en que se decretó la
alerta roja (noviembre, diciembre y enero) recibía 130 llamados de servicio y
solo 24 ambulancias equipadas con los paramédicos necesarios.
“No dormía pensando cómo resolver
esas necesidades de vida o muerte de la gente. Tienes que olvidarte de ti mismo
para seguir funcionando. Al final me di cuenta que algo no andaba bien conmigo.
Desde que me levantaba me sentía con ganas de llorar. Estaba muy irritable, con
miedo. Cuando llegué aquí, exhausto, me dicen: acuéstate en el caballo. Nunca
imaginas que esto sea posible, pero lo haces. Y lo que resulta es una sensación
de relajamiento y confianza tan grande que te permite seguir tu camino”.
Mientras platicamos con el padre, su
hijo Iktar, de cuatro años, va nombrando a los caballos que trabajan con sus
pacientes en el ruedo: Bienvenida, la más grande, campeona de salto en su natal
Holanda; F-5, un tordillo bautizado –obvio—por un piloto
aviador; Pulgarcito, Conchita, Linda.
La escuela cuenta con ocho de estos
magníficos ejemplares.
Después de las tres sesiones
iniciales Ramiro empezó a experimentar una nueva emoción: “Esperaba con ansia
venir, sobre todo a trabajar con F-5. Es una
conexión muy interesante”.
Crear el binomio, reto de la terapeuta
Jinete desde los 10 años, sicóloga e
hipoterapeuta certificada por la escuela Edith Gross, Ana Laura Castañeda
explica así el efecto: “Lo que yo he visto es que desde el primer momento estos
profesionales de salud, camilleros o médicos, están sobre el caballo y empiezan
a trabajar su rutina se despegan literalmente del estrés postraumático. El
movimiento del caballo los ayuda a desenfocarse de su trauma”.
Ella acompaña y dirige toda la rutina,
desde el momento de montar al caballo. El trabajo empieza desde las
caballerizas. “Procuramos que haya una conexión, un verdadero binomio. Los
pacientes entran a la caballeriza, ayudan a cepillar a su caballo, a limpiarle
los cascos. Así ellos ayudan y luego dejan que el caballo los ayude a ellos”.
Se ríe: “Aquí no queremos jinetes
burgueses”.
Llaguno aclara que lo que se trabaja
con adultos es la parte emocional, “terapia asistida con caballo”, distinta a
la equinoterapia, auxiliar para niños con un padecimiento específico. En las
sesiones participa además un cabestrador y un caminador, además de los veterinarios
y caballerangos que cuidan de las caballerizas.
“Yo mismo me sorprendí de la
catarsis que puede provocar una sesión de estas. Nuestra primera paciente fue
una doctora que llegó con un estrés postraumático evidente. Lo primero que le
pedimos es que abrazara al caballo. Y se deshizo en llanto. Era la primera vez
después de largos meses de trabajo extenuante y soledad que podía abrazar”.
Como esta, cuenta muchas anécdotas
más. “La verdad es que cuando llega un paciente nuevo, con todo su estrés
encima, no imaginamos lo que han vivido estos meses”.
Ana Laura Castañeda, hipoterapeuta, prepara a
los distintos caballos que han sido entrenados para brindar terapia. Foto Marco
Peláez.
El coordinador de voluntarios de la
Cruz Roja lo expresa así: “Me imagino que haber vivido esta pandemia desde una
ambulancia debe ser como vivir una guerra. No puedes dejar de preguntarte antes
de cada salida: ¿Me voy a contagiar o no? Cuando la gente te exige que hagas
algo por su familiar que se muere y sabes que no hay nada que hacer. Los
paramédicos se veían en la necesidad de decirle a las familias: nos lo podemos
llevar e intentar encontrar una cama de hospital, aunque tengamos que esperar
cuatro o cinco horas. Pero a lo mejor ya no vuelven a ver a su paciente. O
pueden decidir que se quede en casa y esperar, a que se salve o ustedes puedan
darle el último adiós”.
Eso día tras día, por semanas y
meses sin descanso. “No te das cuenta pero la carga emocional llega a ser más
pesada que la carga física”.
Luis Llaguno explica que, lo largo
de las sesiones, las rutinas se van adecuando a las necesidades y al tipo de
trauma o estrés que presente el usuario. “Y como pretendemos dar atención
integral, también contamos con sesiones de tanatólogos o terapeutas por zoom. Pero el trabajo principal lo hace el caballo. El caballo es salud”.
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