Son adiestrados para asistir y acompañar a personas con discapacidad,
que tienen alguna enfermedad o que están privadas de su libertad.
Por María Ayuso LA NACION
El 7 de agosto de 2013, mientras vivía en Singapur, a
María Masino le diagnosticaron, por una colonoscopía, cáncer de colon
en fase cuatro, con metástasis en el hígado y pulmón. Tenía 38 años. "En
una carrera contra la muerte, me operaron desde las 12 de la noche
hasta las cinco de la mañana", recuerda.
Tras
el post-operatorio, volvió a instalarse en Buenos Aires luego de trece
años en el exterior, para comenzar con su tratamiento oncológico.
"Cuando llegué, no tenía posibilidades de sobrevivir: ni siquiera un 1%
de chances de llegar a una segunda cirugía. Los primeros tres meses de
la enfermedad fueron muy oscuros, no había ningún vínculo social que me
pudiese sacar del pozo", cuenta María, que hoy tiene 40 años y es mamá
de Sophia, de cuatro. "De a poco, fui escuchándome, haciendo una
purgación entre lo que me hacía bien y mal. Y una de las cosas que
siempre me hizo mucho bien, fue el contacto con los caballos". Su papá,
Anselmo, había sido veterinario de caballos de carrera; y, desde muy
chica, ella lo acompañó en su trabajo.
Aunque era una amazona
experimentada, su enfermedad le impedía volver a saltar (su gran
pasión), y decidió empezar con equinoterapia en el Hipódromo de Palermo.
"Desde ese momento, los caballos fueron mi pulsión de vida", asegura
con voz firme.
Las intervenciones asistidas con animales (IACA) -
aquellas que intencionalmente incluyen o incorporan animales como parte
de un proceso terapéutico, paliativo, psicoeducativo, pedagógico, lúdico
o ambiental- son una tendencia que, en los últimos años, creció de
forma notable, abarcando diversos ámbitos. Así lo explica Susana
Underwood, veterinaria, coordinadora del Programa Discapacidad y
Universidad de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y docente
responsable de la cátedra de IACA en la Facultad de Veterinaria.
Según
la especialista, si bien el registro de los efectos benéficos que el
trabajo con animales tiene para el ser humano, tanto en su salud física
como en la calidad de vida, se remonta a la antigüedad, en las últimas
décadas se incrementó notablemente la implementación de este tipo de
intervenciones. "En nuestro país, las IACA tienen unos 30 años, pero
actualmente se está produciendo un aumento incesante de las mismas",
dice. Advierte que no existe una legislación a nivel nacional que las
regule, estableciendo requisitos tanto para las personas que las llevan
adelante, como para los animales que se utilizan: "Esto hace que, muchas
veces, sean realizadas por gente sin formación, con los riesgos que
esto conlleva".
Con respecto al número de organizaciones e
instituciones que ofrecen este tipo de actividades, sostiene que
"lamentablemente, se desconoce siquiera un número aproximado. Algunas
estimaciones, dicen que habría más de 700 centros que se dedican a
intervenciones con caballos en todo el país, pero no existen registros".
Múltiples beneficios
Las
IACA incluyen, entre otras áreas, las terapias (son dirigidas por un
profesional de la salud, con objetivos y registro de la evolución del
proceso: por ejemplo, la equinoterapia) y las actividades (interacciones
con fines recreacionales, motivacionales o lúdicos). Underwood destaca
que los animales que participan de estas prácticas (principalmente,
caballos y perros) actúan siempre como "facilitadores", pero "es
importante remarcar que no curan". "No estoy de acuerdo con quienes
dicen que el animal es un co-terapeuta", opina. Además, afirma que la
base de estas intervenciones es el vínculo con los animales, por lo que
no deben imponerse a personas que no están interesadas o no sienten
empatía con aquellos.
Otra característica, es su condición de
interdisciplinarias: "Es clave que haya una relación permanente entre
los distintos profesionales involucrados, desde kinesiólogos y
psicólogos, hasta veterinarios y terapistas ocupacionales", dice
Underwood. Y remarca que no hay una raza que sea ideal para este tipo de
intervenciones: "Lo que se selecciona es el individuo: debe tener
características que lo hagan apto (ser dócil, confiable, predecible y
que le guste trabajar con las personas) y estar adecuadamente adiestrado
para desarrollar determinadas habilidades".
Entre los beneficios,
las prácticas con animales pueden generar interés por actividades
grupales y oportunidades de intercambio, reducir la ansiedad o el
estrés, mejorar el manejo de la persona en medios no convencionales y
aumentar la motivación para realizar tareas cotidianas o cumplir
tratamientos, acortando sus tiempos. Además, incentivan la estimulación
multisensorial (táctil, olfatoria, auditiva, cenestésica, propioceptiva y
laberíntica que actúan a nivel psico-neuro-inmuno-endocrinológico), y
cambian de lugar a quien tiene una discapacidad o enfermedad: pasando
del rol del que es cuidado (destinatario de varios tratamientos) al de
cuidador.
Uno de los principales objetivos que se propuso María al
comenzar equinoterapia, fue llegar física y mentalmente fuerte a la
segunda cirugía de alta complejidad que debió afrontar. Y lo consiguió.
"Una tarde, cuando el profesor nos sacó a la pista, vi con absoluta
claridad, en esa inmensidad, que tenía que volver a tomar las riendas de
mi vida, por más duro y doloroso que fuese el desafío", confiesa. Esa
experiencia, fue definitiva: "Salir de una cirugía o de una
quimioterapia y poder subirte a una bestia de 700 kilos, te empodera
como persona y paciente. Es como decirle a la enfermedad: `Yo puedo con
vos. Y sino puedo vencerte, puedo cohabitar, te puedo direccionar´. Fue
la primera vez en mucho tiempo que empecé a sentirme bien".
Según
María, aprender a cohabitar con el cáncer de colon es un trabajo de
todos los días. "La actividad ecuestre te saca de tu zona de confort, te
empuja a superar los obstáculos, a intentar todo el tiempo, a
concentrarte en el desafío", cuenta. "Es toda una escuela: las dos
primeras cosas que aprendes, son que montar implica en algún punto un
riesgo de vida y que si te caes, tenés que volver a levantarte".
Juan
Manuel O'connor, jefe de Tumores Gastrointestinales del Instituto
Fleming y médico de Masino, apunta que la actitud de su paciente cambió
"totalmente" desde que retomó el contacto con los caballos: "Se nota un
posicionamiento diferente en cuanto a la enfermedad. Es mucho más
positiva, emprendedora, y modificó su visión de lo que implica un
tratamiento crónico: lo asume de otra manera". Agrega que realizando
actividades de ese tipo, los pacientes se olvidan por un rato de la
enfermedad, y esa recreación les permite que mejore su estado
psicofísico. Además, son como una "compensación placentera" a todo lo
que deben atravesar.
Tras un año de equinoterapia y habiendo
respondido a su tratamiento de forma positiva, María quiso volver a
saltar. Así llegó al Centro Ecuestre Palermo donde, junto con el equipo
de profesionales de la institución, se encuentra sumergida en un nuevo
desafío: el desarrollo de "Caballos por la vida", un programa de soporte
al paciente con cáncer. "Si bien hay muchos programas de
equinoterapia, el cáncer es muy particular: por la lucha permanente
contra la muerte. El desafío más grande no es el biológico, sino el
mental", sostiene. "El programa es pago, pero estamos buscando
activamente sponsors para hacerlo accesible a través de un sistema de
becas".
María Paz Pinto, coordinadora de equinoterapia del centro,
explica que esta disciplina se propone contribuir al desarrollo
cognitivo, físico, emocional, social y ocupacional, de quienes tienen
algún tipo de discapacidad, enfermedad o necesidad especial. Para ella,
los caballos generan múltiples beneficios: "Su temperatura corporal es
de 38 grados. Cuando empiezan a hacer ejercicio, ese calor corporal
aumenta y se trasmite al jinete, provocándole una relajación", dice.
"Además, sus movimientos rítmicos hacen que la persona gane tono
muscular; mientras que su paso tridimensional, muy similar al del ser
humano, ayuda en el equilibrio y la concentración". Por otro lado, se
trata de animales "muy sociales, que logran establecer un vínculo con la
persona", permitiéndole a ésta aumentar la autoestima y confianza en
uno mismo.
Compañeros de vida
Francisco
Colombo corre a abrir la puerta de su casa en Nordelta, donde vive con
sus padres y tres hermanos mayores, con una sonrisa de oreja a oreja.
Está acompañado de Pepa, su perra, una labradoodle que lo sigue a todos
lados moviendo la cola. "Es mía, pero la comparto", dice mientras la
acaricia. Esa mañana, lleva puesta una camisa azul, como sus ojos, que
están protegidos por unos anteojos especiales sujetos a su cabeza con
una bandita de goma. Tiene cuatro y una energía desbordarte.
Su
mamá, Eugenia, cuenta que cuando tenía seis meses, a Frany le
diagnosticaron síndrome de Marfan, una enfermedad poco frecuente: "Se
caracteriza por laxitud en el tejido conectivo, que está en todo nuestro
cuerpo, incluso en los ojos. La mayor complicación, es que la aorta se
dilata, y hay que controlarla para que no sufra un aneurisma".
El
otro gran riesgo, es el de desprendimiento o luxación del cristalino, lo
que puede provocar la pérdida de su visión. Frany pasó su primer año de
vida a upa. "Teníamos temor de dejarlo gatear, que se golpeara y se
desprendiera su cristalino. Hoy usa anteojos especiales", agrega
Eugenia.
A partir de su diagnóstico, el bebe comenzó con una
batería de terapias, desde kinesiología, hasta hidroterapia y terapia
ocupacional. "Debía pasar por montones de intervenciones, y todo eso lo
canalizaba mordiendo, gritando, poniéndose nervioso cuando había mucha
gente. No podía dormir y tenía muchos desregulamientos sensoriales",
cuenta su mamá. "Me puse a pensar qué podía hacer para que pudiese
sobrellevar de otra forma lo que le estaba pasando. Como a mí siempre me
gustaron los perros y a él también, me dije que necesitaba uno que
fuese suyo, un compañero de vida".
En Internet, dio con Patricia
Medardi, veterinaria, técnica en terapias con perros, y mamá de tres
hijos, entre ellos Mateo, de 12 años y con autismo. En 2010, Patricia
había traído a Argentina unos ejemplares de labradoodles para él. "Lo
primero que le dije a Euge cuando vino a verme, es que un perro no es un
terapista. La clave de estas intervenciones, es que para la persona el
animal sea un refuerzo, una herramienta, y para eso es fundamental que
tenga empatía con aquel", dice Patricia. "No toda las personas que
tienen una discapacidad o enfermedad precisan el vínculo con un perro".
Las
prácticas con perros se utilizan en diversos ámbitos. Por ejemplo, en
escuelas comunes, especiales o inclusivas, permiten plantear objetivos
educativos y sociales, como aprender a cruzar la calle. Además, en los
niños y jóvenes con dificultades madurativas pueden mejorar la expresión
de emociones, deseos y necesidades, aprender a focalizar la atención o
incorporar lenguaje.
Medardi esperó a que naciera un cachorro
"ideal" para Frany: de temperamento equilibrado, tolerante y con interés
en estar con las personas. Una vez que seleccionó a Pepa, comenzaron a
crear el vínculo entre la perra y el bebe, buscando que aquella se
adaptara a sus necesidades. El flechazo entre los dos fue inmediato. "Al
no poder gatear, Frany perdió una etapa fundamental en el desarrollo
madurativo de su sensorio", remarca la veterinaria. "No registraba su
propio cuerpo, y eso lo llevaba a no poder dormir por las noches". Se
estimuló el contacto corporal del nene con Pepa, entrenando a ésta para
que pudiese dormir de forma paralela a él: así, el bebe logró descansar.
"Trabajamos
junto con el equipo de profesionales que coordinaban las terapias de
Frany, para que pudiese hacer los mismos ejercicios, pero de una forma
mucho más placentera y divertida. Se lograron los mismos objetivos, en
un tiempo menor", cuenta Patricia. Por ejemplo, cuando tenía que
trabajar su motricidad fina, lo hacía poniendo ganchos de ropa en el
pelo de Pepa; y las sesiones de kinesiología se hacían mientras la
paseaba. De ese modo, dio sus primeros pasos: "Ella era su apoyo al
caminar, ya que la movilidad de Francisco era muy inestable. Cuando la
agarraba, él se sentía seguro".
Frany se sube a su bicicleta, sin
pedales, y agarra la correa rosa de Pepa. Mientras corre a toda
velocidad por la placita frente a su casa, lo sigue a su lado, sin
atravesarse. "Están siempre juntos", dice Eugenia. "Él no puede hacer
actividades como andar a caballo o jugar al rugby, como sus hermanos. Y
quien lo acompaña todo el tiempo, estoica, es Pepa. En lo que más le
suma, es en lo emocional".
Romper barreras
Un parto
problemático hizo que Yael "Yayu" Mercado llegara al mundo luchando por
su vida: la secuela, fue una parálisis cerebral, una cuadriparesia que
afecta su motricidad. Quienes la conocen, la definen como muy positiva,
aplicada, amiguera. Pero, sobre todo lo demás, una chica que siempre va
para adelante. Tiene 11 años, está en sexto grado y es primera escolta
de su escuela. Además, estudia inglés y hace teatro. Sentada en sus
silla de ruedas, en el cuarto de su casa de Pecheco, donde vive con sus
padres, Diana y Guillermo, repasa un apunte sujeto a un atril, sobre una
mesita, rodeada de muñecas, peluches y fotos familiares. A su lado,
echada sobre el acolchado rosa de la cama, su perra Penélope, una golden
retriever, no la pierde de vista.
"Cuando Yael era chiquita,
teníamos un perro, pero por los movimientos bruscos de ella, se asustaba
y no quería acercarse. Las dos deseábamos que pudiese tener una mascota
que la acompañe", cuenta Diana. Así conoció a María Marta Aguirre Paz,
psicóloga, entrenadora de perros de servicio y fundadora de Dogs for
Change. Esta organización social, nació hace dos años y lleva diez
perros entrenados, entre los que se utilizan para terapias asistidas y
los entregados como de servicio.
La nena eligió la raza del
animal, y María Marta seleccionó el cachorro que consideró más adecuado.
Durante el entrenamiento, se buscó palabras que se adaptaran a las
posibilidades de pronunciación de Yayu, que tiene dificultades en el
habla. Se eligieron algunas de una sola sílaba, o en inglés. A Penélope,
le dice "P".
"En el caso de las personas con discapacidades
motrices, los perros contribuyen sobre todo en el autoestima y ayudan a
romper barreras, haciendo que sea menos difícil interactuar con otras
personas", dice María Marta. "Además, está el soporte emocional: lo que
significa tener un animal que te hace compañía, te despierta, camina
junto a tu silla de ruedas. Es una presencia siempre cálida, dispuesta y
amorosa".
Diana, dice: "Queríamos un perro que la pudiese
acompañar a todas partes. Los viajes en auto solían ser muy malos para
Yayu: siempre se descomponía. Pero desde que está con P, se distrae y ya
no le pasa". Con un chalequito azul con la inscripción "perro de
servicio", la perra camina junto a Yael, que la lleva de la correa.
"Para mí, es una manera de saber que está siempre acompañada, porque no
tiene hermanos y no puede estar con nosotros o con amigos todo el
tiempo. Cuando está en su silla eléctrica, con P pueden pasear y
alejarse un poco solas: a ella le da más independencia y yo me quedo
tranquila de que están juntas".
Entre risas, Yael cuenta: "Si
estoy triste, está conmigo. Si hago pijamadas, se queda despierta". Su
mamá agrega: "Les dicen el dúo petardo: hacen todo juntas. P la acompaña
a sus terapias y la ayuda en la parte social: cuando sale con la perra,
los nenes se le acercan a hablar y le preguntan sobre su situación,
pero desde otro lugar". Mientras se alejan hacia la plaza, la nena
aprieta en una sola palabra todo lo que le da P: "Amor".
Algunas cifras del fenómeno
700 son los centros de equinoterapia en el país
El número es aproximado porque no existen registros oficiales
79 presos participaron de Huellas de Esperanza
Adiestran a perros que son entregados a personas con discapacidad
Cómo colaborar
Dogs for change
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