El enigmático origen de los caballos salvajes del desierto de Namibia, los más aislados del mundo

 

Caballos en un abrevadero. La construcción de madera del fondo es un observatorio para los turistas. Crédito: Telané Greyling / Wikimedia Commons.

Por Jorge Álvarez

Abril, 2025. 

Dentro de la característica y variada fauna africana destaca por su rareza el género Equus, que incluye cebra, asno y caballo. Pero este último no es realmente autóctono, al menos en el África subsahariana; fue introducido por el Hombre, en fechas distintas según el lugar. En Etiopía, donde se concentra la mitad de la población equina total del continente, están los llamados caballos kundudo, que se cree que podrían descender de caballos abisinios que quedaron libres en el siglo XVI. Y en el desierto de Namibia vive una manada de caballos salvajes cuyo origen también es incierto, aunque los análisis genéticos parecen indicar que proceden de dos grupos abandonados que pertenecieron a colonos alemanes.


De uno ya hemos hablado. Se trataba de Hans Heinrich von Wolf, un antiguo miembro del Schuztruppe (ejército colonial del Imperio Alemán) que en 1909 compró grandes extensiones de tierra y fundó una vasta granja de la que sobrevive hoy la residencia, el castillo de Duwisib, al que dedicamos un artículo. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Wolf regresó a su país para luchar y falleció en el frente del Somme.

Su viuda nunca quiso volver a Namibia y la granja quedó abandonada, incluyendo los cerca de trescientos caballos que allí criaban para equipar a las fuerzas del orden. Se supone que esos animales fueron los ancestros del grueso de la manada que ahora habita el entorno de Garub, en el borde del desierto.


Mapa del Namib-Naukluft National Park, donde viven los caballos. Crédito: NordNordWest / Wikimedia Commons

Decimos el grueso porque, pese a la similitud fenotípica, un análisis genético practicado en 2001 no confirmó esa teoría, a la que de todos modos hay que sumar otras. Una habla de un carguero que, transportando una carga de purasangres a Australia, naufragó frente a la desembocadura del río Orange y algunos caballos lograron alcanzar la costa; otra se refiere a un cruce entre boerperds (caballos bóer o de El Cabo, ya extintos) y ponis basutos (probablemente los mismos pero manteniendo su pequeño tamaño original) llevados por invasores khoikhoi (los que antes eran conocidos como hotentotes), procedentes del sur.

Probablemente todas esas hipótesis tengan algo de verdad y los caballos del desierto namibio sean resultado de cruces. Lo que sí está claro es que no parecen descender de animales de trabajo, entendiendo por tal el rural, sino militares y, en todo caso, reproductores.

En este último sentido, cabe decir que un estudio de 2005 relaciona al caballo namibio con una ganadería desarrollada cerca de Kubub por Emil Krepin, antiguo alcalde de Lüderitz, en la segunda década del siglo XX y cuyo aspecto es muy parecido. Se sabe también que en 1915, tras una incursión aérea alemana sobre Garub, se escapararon casi dos millares de caballos sudafricanos que quizá se unieron a los de Kubub en los abrevaderos naturales de montaña.

Un grupo de caballos refigiándose del sol a la sombra de una antigua estación ferroviaria abandonada. El cierre del ferrocarril supuso un momento crítico porque éste les proporcionaba agua. Crédito: Raymond June / Wikimedia Commons

El descubrimiento de minas de diamantes cerca de Kolmanskuppe en 1908 llevó a los empresarios de la administración colonial germana a establecer dos grandes áreas restringidas que mantuvieran a la gente alejada. Favorecieron así el crecimiento de aquella manada primigenia y aseguraron su futuro durante casi ochenta años, de manera que los caballos sólo podían ser avistados desde el aire cuando algún avión sobrevolaba el lugar. Vivían razonablemente tranquilos, con los pastos para ellos en exclusiva dado que la actividad minera se impuso sobre la ganadera. Eso también sirvió para homogeneizar su apariencia

¿Cuál es ese fenotipo tan característico que presentan? Atléticos y musculosos, como correspondería a caballos de silla, con una altura entre metro cuarenta y cinco y metro sesenta, son todos de color castaño aunque hay algunos negros o con rayas en el lomo, careciendo del gen del tono gris. Su condición física es excelente, sobre todo en los machos, no parecen tener enfermedades equinas y sufren escasa parasitación.

Se han adaptado a la sequedad del medio deśertico, resistiendo mucho sin beber -treinta horas en verano y hasta setenta y dos en invierno- porque han desarrollado cierta capacidad para retener agua que les permite afrontar mejor el peligro de deshidratación.

Dos caballos con su típica coloración marrón. Crédito: Gerald de Beer / Wikimedia Commons

Y es que habitan una región situada al norte del desierto, desde el río Koichab hasta la Gran Escarpa (las escarpadas laderas de la gran meseta que se extiende desde el Atlántico hasta el Índico, formando una frontera natural con Sudáfrica). No lo hacen todos juntos sino en grupos menores, a veces de machos jóvenes, a veces de familias, que se mueven por la zona buscando pastos y agua a la vez que huyendo de los insectos estacionales. El promedio de cada uno de sus territorios supera la treintena de kilómetros cuadrados y recorren una veintena diaria, lo que elimina a los más débiles.

Éstos, junto con los potros, son objetivo también de los depredadores carnívoros, que compensan así la escasez de sus presas naturales (antílope y óryx). Los cazan los leopardos y los chacales, pero sobre todo las hienas moteadas, lo que llevó a plantear el traslado de los caballos a otro lugar para mantenerlos a salvo, aunque al final fueron las hienas las trasladadas.

Esta anécdota es un ejemplo del interés científico que han adquirido, ya que constituyen una de las poblaciones equinas más aisladas del mundo, con baja variación genética; algo que es un problema porque para garantizar la variabilidad hace falta un mínimo de doscientos individuos. Por un lado no hay ese número y por otro el área de distribución que ocupan no podría sustentarlo.

Los caballos, libres en el desierto. Crédito: Gerald de Beer / Wikimedia Commons

Compitiendo por los pastos con el ganado doméstico, estuvieron a punto de extinguirse y se salvaron gracias a la intervención humana al facilitarles agua, pero en la segunda mitad del siglo XX no eran más de cien o ciento cincuenta y no pudieron recuperarse ligeramente hasta 1986, cuando su hábitat quedó integrado en el Namib-Naukluft National Park y superaron los dos centenares y medio en los años noventa, lo que obligó a separar algunos ejemplares cíclicamente.

Entonces surgió otro peligro: la propuesta de exterminarlos por alterar el equilibrio medioambiental como especie invasora y suponer una amenaza para el óryx. Fue algo que apoyaron los ganaderos locales, preocupados por sus pastos.

El turismo llegó en su ayuda, pues se han convertido en uno de los atractivos del parque, limitando sus movimientos únicamente a ciertas zonas de pastoreo para reducir la conflictividad. Actualmente su población ha vuelto a decrecer de forma alarmante: a finales de 2018 sólo se contaban ochenta y reapareció la sombra de la extinción, obligando a una nueva intervención a cargo del ministerio de medio ambiente y la Namibia Wild Horses Foundation. Gracias a ello, a principios de 2020 la población creció a ochenta y seis individuos y ahora se estima entre doscientos y trescientos. De momento sigue habiendo caballos salvajes en Namibia.

Fuentes consultadas por el autor:

  • Telané Greyling, Factors affecting possible management strategies for the Namib feral horses
  • E. G. Cothran, E. van Dyk, F. J. van der Merw, Genetic variation in the feral horses of the Namib Desert, Namibia
  • Info Namibia, The feral horses of Garub. Wild horses in the Namib
  • Namibia Wild Horses Foundation
  • Wikipedia, Namib Desert Horse
Ver noticia original con sus detalles en: La Brújula Verde

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