domingo, 28 de junio de 2009

La Hazaña de Cañonero II


"Crónicas de Chiquitin"

La hazaña de Cañonero

Por: Herman “Chiquitín” Ettedgui

La gran hazaña, la más grande del hipismo venezolano, fue un secreto bien guardado. Tuvo lugar el 1º de mayo de 1971 en el hipódromo de Churchill Downs, Kentucky, Estados Unidos. Ese día se produjo, quizá también, la más grande sorpresa registrada en la historia de la Triple Corona Estadounidense. Por supuesto que nos estamos refiriendo a la actuación del caballo Cañonero, representante de las sedas venezolanas y conquistador de dos de los tres grandes clásicos del hipismo más emperifollado del mundo. El asombro fue total con el triunfo de un “caballito” del hipódromo nacional de La Rinconada, Caracas, Venezuela. Gigantes del optimismo se unieron: Pedro y Vicentica Batista, propietarios del caballo; Gustavo Ávila, jinete llamado “El Monstruo”, por maravillosas campañas de dilatados años; Juan Arias, el humilde y modesto preparador, objeto de burlas por usar el sistema venezolano de adiestramiento; y el caballerizo, Juan Quintero, tan ignorado como infatigable, compañero del caballo noche y día, hasta el punto de dormir frente a su alojamiento.

CAÑONERO: OK PARA EL DERBY

El caballo restableció su peso normal mientras lo sometían a galopes largos sin mayor intención. Su mirada se abrillantó y comió con gusto sus raciones. “Ávila, -dijo Arias al cabo de una semana-, el potro se “traga” la avena que, por cierto, me parece mejor que la que comía en Caracas. Sin embargo, lo mejor de todo es que se va “ganoso”. No sé, pero me parece que vamos a dar más de una sorpresa”. En efecto, cada día había progresos. La gente entendida no aprobaba los métodos venezolanos de Arias: Puros galopes largos. Nada más. Al fin, el preparador se decidió y planeó la estrategia con el jinete: “De acuerdo, Gustavo, con lo que opinaste ayer, después de los galopes, creo que en verdad sería bueno darle dos pasadas cortas en velocidad”. Ávila fue de la misma opinión. Faltaba una semana para el día de la carrera y el caballo se había recuperado en ánimo y peso. “Juan –aceptó Ávila- tienes razón. El caballo está listo. Anda despierto y ligero, pidiendo rienda y pista”. En efecto, le dieron galopes largos y cuando se aproximó el día del Derby, el potro Cañonero era el mismo confiado y agresivo pistero de La Rinconada.

“¡SÍGALE HABLANDO A ESE POTRO!”

Dos días antes de la carrera, el peón Juan Quintero, después de cepillarlo, anunció: “Este caballito es el mismo de Caracas. ¡Está que corta!” Arias y Ávila rieron con optimismo y más aún cuando inesperadamente los visitó el señor Hank White, experto criador, un verdadero hombre de caballos. En ese momento Juan Quintero le estaba diciendo a Arias que “a lo mejor es una locura, pero estos caballos gringos tendrán que volar si quieren ganarle a Cañonero”. Mr. White preguntó qué opinaba el caballerizo Quintero y el puertorriqueño Rafael Santiago, quien como intérprete y permanente en la cuadra de Arias hizo la traducción”. White sorprendió agradablemente al grupo: “El señor (Quintero) tiene razón. Yo ve nacer este potro (Cañonero) pues yo trabajaba en Plum Lane Farm. Su padre, Pretendre, fue un buen corredor clásico y el potro está resplandeciente. ¡Sígale hablando a ese potro y confíe en la suerte!”. La referencia a que siguiera “hablándole” era por las burlas de ciertas personas, pues Arias “conversaba” con su potro, costumbre que es de muchos preparadores venezolanos. El mismo jinete, Gustavo Ávila, confió después de la carrera que él había conversado con Cañonero y “estoy seguro de que él me entendió todo lo que yo le dije”. Las palabras de White conmovieron al boricua Santiago, el amigo y traductor del grupo venezolano. “Yo conozco a este gringo y sé que es un experto. Ahora mismo voy a guardar estos chavos para apostarle: el potro se ve muy bien y regresa de los traqueos con hambre y muy agresivo”.

EL CRITERIO DE ARIAS

Arias estaba cada vez más optimista y todos lo secundaban. El puertorriqueño Santiago le estuvo explicando a Arias la condición de muchos de los caballos que correrían el Derby. “Hay muchos rápidos –le dijo- especialmente Easter Fleet, Twist The Axe, Jim French y Unconscious”. “Eso no nos importa mucho, aunque apreciamos el consejo –respondió Ávila-, pues ninguno de ellos ha corrido la distancia. Cañonero sí hizo los dos kilómetros en La Rinconada, además de 1700 y 1800 metros. Incluso, aquí estamos favorecidos por la baja altura de Kentucky, pues Caracas está cerca de mil metros sobre el nivel del mar y la pista de aquí apenas llega a cien”. Arias estuvo de acuerdo: “Yo confío en ti, Gustavo, pues por algo te dicen el “Monstruo”. Quiero que uses tu criterio pero es bueno que lo corras tranquilo, con su estilo. Dale rienda en la “Panamericana” término que aunque por supuesto no existe en Churchill Downs, significa entre los hípicos venezolanos lo que era la “Cámara Lenta” en El Paraíso, es decir, entre 200 300 metros antes de girar la última curva, faltando entre 600 y 700 metros de carrera”. “Lo que te quiero decir –enfatizó Arias- es que lo corras colocado porque Cañonero se ve muy bien y a lo mejor quiere salir con mucha velocidad a buscar la carrera desde el ¡vamos!”.

¡PARTIDA EN CHURCHILL DOWNS!

Al buen entendedor le bastan pocas palabras. Arias y Ávila se daban ánimo mutuamente, pero quien iba a decir finalmente era el jinete quien, por lo demás, era todo un maestro. 22 potros estaban frente al aparato de partidas y empezaron a cuadrar sin dar ninguna muestra de indocilidad. Cañonero, en cambio, se había mostrado intranquilo, ansioso, en el paseo. Otro muchacho, de Puerto Rico, era jinete del pony-boy que llevaba agarrada la brida del “caballito” de Caracas. En el camino le confió a Ávila que “no conozco este poetro, pero lo veo brillante y con ánimo. Va un poco sudado. ¿No es de aquí?”. Entonces Ávila, poco comunicativo, le confió: “Si te sirve de consuelo, pues contar que llevaste hasta el aparato al ganador del Derby”.

Finalmente, después de dar un poquito de guerra, Cañonero entró su su puesto. Como levantaba la cabeza, para tranquilizarlo el jinete le dio unas palmaditas en el cuello. 130.000 espectadores, récord de asistencia, plenaban el Churchill Downs. Era un hipódromo tradicional, con edificio vetustos e históricos. La pista, de arena, se veía limpia y tersa. Los caballos no tuvieron tiempo para impacientarse porque al cuadrar el último, el Juez dio la partida. Las huellas de los potros levantaron una polvareda y los veloces enseñaron el camino. Sobre el desarrollo de la competencia, recordándola, la describí así: “Atención, listos… partida! El galope furioso de casi cien patas tronó el aire. Miles y miles de gargantas enronquecieron. Palmas rubias se pusieron rojas de tanto batirse. La aristocracia tomó el mando. Descendientes de zares, emperadores, reyes y príncipes se hicieron presentes. La clase superior, escrita y rubricada en los registros genealógicos, puso el orden. Cabezas sostenidas por cuellos rígidos se alzaron, esplendorosas, mientras pechos ardientes enseñaban músculos cónsonos con su raza mandona e imperial.

CAÑONERO LEJOS, PERO…

“No hay sitio sino para la nobleza en su más elevada expresión. Los plebeyos están obligado a a doblar la cerviz, humillados, adoptando posiciones de esclavitud. El Príncipe Encantado que abría los ojos tocado por la varita mágica, era el veloz Easter Fleet. Quería enseñar el camino a sus hermanos de raza. Executioner y Bold Reason son de pelea y muestran el color alegre de sus chequetillas. Vegas Vic, Unconscious, Twist de Axe y otros de igual estirpe están atentos. Sus galopes, fuertes y largos, contienen las saetas relojeras, metiendo miedo en los parcioales mientras nubes de polvo aterran el aire. Los de la cola no estaban invitados para un baila de clase predominante, altanera. Allí los plebeyos no tenían aptitud ni condiciones para seguir el sendero de la inmortalidad. Sus nombres aparecían como servidores de oficio, simples sirvientes, incluidos como mamparas, rellenos obligados.

“El mundo de la realidad deshizo el encanto de los cuentos de hadas. Era una verdadera carrera de caballos con un tren duro, casi insoportable, insostenible. Los punteros galopan con la cabeza alta al viento, los ollares henchidos, los cuellos firmes, las orejas recta y alertas. Devoran el recorrido metro a metro para poder cumplir con éxito e hidalguía los dos kilómetros señalados en el Churchill Downs, el Palacio de Kentucky. El primer millar de metros desaparece bajos las patas agitadas y enloquecidas de los potros que se mueven como bólidos a ritmo de látigo y bridas. Cada brinco es un avance hacia el éxito, la gloria, el aplauso de la multitud, la consagración. Atrás, tragando tierra, van los lerdos, los “coleados”, los que aparentemente sólo tienen una misión que cumplir: terminar rezagados, como simples observadores de la clase alta. Los nobles, los bien nacidos, ponen el orden. ¡Hacen correr! ¡Aquél que no resista el reto, bien le vale hacer mutis por el foro de la incapacidad!

¡ÁVILA PISA LA CHOLA!

“Ávila está tan tranquilo como nervioso el potro. Sin embargo, quiere probar que lo mostrado en “trabajos” es verdad, pues el caballo pide rienda suelta. Tiene ansiedad por probar que sí está apto para esta lucha de clases. Hasta el momento el jinete ha negado al potro su deseo de volar en la pista. Falta la mitad de la carrera y el “Monstruo”, simplemente para probar que vuela bajo sus muslos, decide pisar la chola. Lo hace con suavidad, pero lo que siente es un cuerpo en acción que muestra arranque, ímpetu, nerviosidad extrema. ¡Eso basta! El jinete sabe que tiene caballo. Su experiencia le dice que cuando lo “suelte”, el noble bruto caerá sobre los punteros con fuerza inusitada. Recoge las bridas, sube las manos un poquito y permanece en el grupo de los espías, del medio del pelotón. El caballo acepta. Su amo mantiene tranquilidad, pues su experiencia le aconseja que tenga paciencia y que todo es cuestión de esperar el momento oportuno. Entonces el potro probará que la sangre que corre por sus venas es roja, valiente y noble.

- ¡Calma muchacho!, susurra el Maestro.

Cuando se acercan al poste de los ochocientos, Ávila comprende que ha llegado al momento de acercarse a los punteros. Los grandes potros americanos, de pura raza, luchan desesperadamente por el puesto de honor. De pronto, allá en la lontananza, aparece un invitado inesperado. Es el caballo de Venezuela, cuyo jinete, enfundado en seda chocolate, surge por todo el centro de la cancha, acercándose al último codo en el medio de un grupo de jinetes que no alcanzan a comprender que un intruso, también de sangre noble, los dobla como si fueran naipes en forma de castillo.

TRIUNFO HISTÓRICO

- ¡Ahora, Cañón!, ha gritado el Monstruo.

El potro responde como un resorte. Supera a sus rivales como si fueran postes, barajitas de colección. Han entrado en la recta y la gritería es ensordecedora, pero para Cañonero, el caballito de Venezuela, aquella algarabía, aquel estruendo, es miel de rosas. En La Rinconada de Caracas, él corría más cuando los otros pedían tapones para sus oídos. El avance del potro venezolano paraliza a toda la concurrencia. ¿De dónde salió ese fenómeno? Comienzan a rodar cabezas guillotinadas. ¡La aristocracia no puede resistir el avance de la revolución! Bold Reason, Easter Fleet, Unconscious, quedan dando vueltas, como si a su lado hubiese pasado un huracán, un torbellino imparable. Faltan doscientos metros y por el centro de la cancha, inmortal, avanza Cañonero, solo, sin enemigos. El galope es firme e impetuoso y los rivales quedan a la vera del camino, humillados, desaparecidos. El campeón es de Venezuela, un caballito de La Rinconada, Caracas. La superioridad deja también humillados a los 129.994 espectadores que, resignados, casi silenciosos, ven como hasta cinco cuerpos de ventaja decretan la victoria venezolana. El jinete pierde la compostura y, con jactancia, se para en las aciones de los estribos, levantando el látigo en su brazo derecho y saludando a la concurrencia. El propio narrador estadounidense necesita un pellizco para volver a la realidad. Tiene que rendirse ante la evidencia:

“!Cañonero es el ganador del Derby de Kentucky!”

La historia de Charles Perrault, La Cenicienta, está escrita nuevamente. Los improvisados que se han acercado al Paddock de Ganadores, se miran asombrados porque no entienden lo que pasó, ni siquiera lo que dicen y gritan, apasionados, los venezolanos que están encabezados por el jockey triunfador. El regreso del caballero Gustavo Ávila es todo un poema. En su rostro se desliza una sonrisa picaresca que no le cabe en el rostro. Entre tanto, el caballo es la estampa clásica de la victoria. Se había concretado el triunfo de la audacia, la afición, la pasión y el entusiasmo. El empirismo, por primera vez, había derrotado a la técnica para ilusionar al país suramericano de cabo a rabo. Luego vendría la segunda corona de la Triple y, ahora sí, veinte millones de venezolanos habrían de deleitarse con las narraciones de José Eduardo Mendoza (Miralejos) y Virgilio Decán (Aly Khan), con otra victoria despampanante, luchada y ganada de extremo a extremo. Fue en Preakness, Pimlico, donde Gustavo Ávila sorprendió por su audacia de buscar la carrera desde el mismo momento de la partida. Una curva cerrada, la primera, es difícil de superar si no se pone caballo desde el brinco. La distancia es de 1900 metros y luchará contra los mismos del Kentucky, pero corriendo en punta, fajado todo el tiempo con Easter Fleet. El cambio de táctica parecía una temeridad, pero Arias y Ávila lo habían preparado todo. Total, la emoción llega al máximo cuando Cañonero se desprende en la recta final y estable de una marca inolvidable de 114”, irrespetuosamente dejando sin corona a uno de los más linajudos pisteros de la historia, el famoso Nashua.

La historia real, la leyenda del caballito de La Rinconada, concluyó con un valiente cuarto lugar en el tercero de la Triple, el agotador Belmont Stakes de Nueva York. Porque para ganar una carrera el ejemplar tiene que tener cuatro aptas. Cañonero corrió el Belmont con tres, pues entró y salió de la cancha completamente cojo, mostrando una severa lesión en uno de sus remos posteriores. Aun así luchó y peleó la punta durante dos mil metros, perdiendo fuerzas al entrar en la recta final. Sólo así, por el intenso dolor que le produjo la lesión, quedó imposibilitado y no pudo completar la conquista soñada de al Triple Corona Estadounidense.

Pero, ¡a todos, muchísimas gracias! Vivimos un cuento de hadas y la hazaña de Cañonero, Batista, Arias, Ávila y Quintero, cumplidos más de treinta años, seguirá clavada en el corazón de los hípicos venezolanos de todos los tiempos!


Fuente: Tomado de


Agencia de Información Hípica

Director: Mario Cardozo M.

Martes, 19 de Mayo de 2009


1 comentario:

  1. Esta historia narrada por Herman Eteddgui, mejor conocido en el mundo periodístico y deportivo como " Chiquitín" nos presenta la vivencia más ejemplar de una serie de personajes que se aventuraron en hacer un sueño realidad logrando la "Quizás" más grande hazaña del deporte en Venezuela, todo se conjugó para hacernos por un momento protagonistas como pueblo de la unión a través del deporte.

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