Con tres criollos, el Metemiedo, el Carozo y el Moro, Álvaro Biderman partió del partido bonaerense de Pilar rumbo a esa ciudad norteamericana.
“Entendí que lo importante en la vida era adquirir conocimientos y que la universidad era un camino, pero había un montón de otros que me podían acercar a esa integridad que como persona buscaba”, detalla.
A los 22 y pese a ganar mucho dinero vendiendo propiedades, en ese explorar hacia adentro y afuera, un día dejó todo y se fue a la playa a vivir: “Con mi corta edad, me di cuenta que la plata no hace la felicidad y me fui a Chapadmalal”.
Con el correr de los días, allí entendió que se quería al lado de los caballos y que en todo ese tiempo los mantuvo bloqueados por el deber de ser. Sintió que era hora de cumplir ese sueño que tuvo desde chico: hacer un viaje por el mundo a caballo. Y se puso firme para concretarlo. “Una noche vino a mí esa imagen de cuando era chico y jugaba que cabalgaba por el mundo, ayudando a la gente, conociendo los misterios de los países y de las personas y fue un clic para mí”, relata.
De ahí en más, no pasó un día que no se acostara imaginando ese momento: “Era el llamado de mi vida y empecé a programar para hacerlo realidad: el mismo viaje a Nueva York que Mancha y Gato. Convertí mi vida en eso que tanto soñé de niño”. Se volvió de la playa y en ocho meses organizó el tan ansiado viaje: buscar caballos, equipamiento y conseguir dinero para estar listo el domingo 4 de agosto.
Un criador de Pedro Luro, otro de Tapalqué y el último de Azul fueron los que gentilmente le prestaron los caballos, con el compromiso de que sean devueltos a su regreso. Con el mismo recorrido que Tschiffely, el joven realiza en promedio 30 kilómetros por día y va parando donde ve una tranquera abierta y gente de campo bien predispuesta a alojarlo.
“No planifico dónde dormir; donde encuentro luz, me mando y pido alojamiento para mi y para mis tres compañeros. La gente está feliz de recibirme cuando les cuento mi historia. Siempre el kilómetro 22 es una distancia razonable para ir buscando alojamiento. Mi maleta tiene lo básico e indispensable: una muda de ropas, frutos secos, bolsa de dormir, un calentador para cocinar y no mucho más. El 80% de mi equipamiento es para los caballos: un kit veterinario, herraduras, herramientas par herrar”, agrega.
Lo que más le impresiona a Biderman es la repercusión que tiene su travesía en las redes sociales: “Es una cosa impresionante, la gente me escribe que me quiere recibir, que cuándo voy a pasar por tal lugar y esas cosas”.
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